A Francisco
Entre pliegues y saetas de montaña me pierdo;
rocas seculares duras de su lengua
invitándome al vaivén del abismo;
vértigo de matiz pétreo y frío me llama;
la danza flamante del ancestral tiempo
da sus notas luengas y constantes,
orquesta mi trémulo latido, arribo
a las veredas de corto pasto para encontrarme,
planear la fortaleza, ahondar en camino libre
como nómada que arma su entorno,
sostiene su fuego sobre su propia mano,
y sobre la cobija del cansancio,
allí, verso el arte del juego,
tu silueta vaporizada esculpo
en el palpitar de las oscuras nubes
están tus ojos fijos, condicionados a cada arrobo,
a cada arrullo de quietud en mi asentamiento,
están tus disímiles labios entreabiertos
dando los mil consejos bien aventurados;
tus brazos de Dios dibujo,
alzo mi índice en lienzo contento;
nazco, y crezco celestialmente toda tu figura,
los cirros andantes llevan tu nombre,
la cargada y ondulante nube tu apellido.
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